viernes, julio 21, 2006

Terribles mensajes crípticos

Ha venido una amiga de mi hermano de argentina. Tiene el pelo corto. Viene a impresionar con su acento extranjero y su ropa de moda. Me la paso merodeando alrededor de la casa, por las mañanas, tratando de que no me vea en pijama, demostrándome a mí mismo que no tengo necesidad de conocer a nadie.
Me encierro en mi cuarto y leo el día entero. Por las noches tengo que bajar a cenar y es cuando la veo. Durante el día sale a pasear y a comprar todo tipo de cosas, por lo que tengo la libertad para hacer lo que a mí me da la gana en las mañanas. Algunas tardes salgo a pasear al perro, pero no es nada del otro mundo. En una ocasión le dije a mi madre lo absurdo que resultaba para mí la gente como ella. Tal vez es un problema tuyo, me dijo, te has vuelto tan ermitaño.
Es cierto que me he vuelto un ermitaño y un antisocial, pero es producto de la poca satisfacción que recibo de las personas luego de una buena temporada creativa. Los viernes por las mañanas salgo a jugar fútbol con antiguos amigos de la universidad. De vez en cuando una chica con la que he tenido sexo me llama a mi celular:
- ¿Dónde estás? -me pregunta.
- En la avenida Angamos -miento.
- ¿Y qué haces?
- Regreso a mi casa, a dormir.
- ¿Por qué? -Me pregunta- Si es tan temprano.
Le digo que no tengo ganas. Ella emite un sonido gutural con la garganta. Yo cuelgo. En la cocina está la chica argentina. A todo el mundo le pregunta cosas y a todo el mundo le dice “vos”. A mi hermano le pregunta, comiendo un plato de macarrones con queso:
- ¿Vos entendiste la película?
- No -dice mi hermano.
- ¿Y vos? -le pregunta a otra chica, a la que no me han presentado.
Todos estamos comiendo macarrones con queso, excepto mi hermano, que está parado frente a la cocina a gas, revolviendo los macarrones con queso en una olla. Le echa un chorro de leche para que se despeguen los fideos y saca un plato.
- ¿Qué película fueron a ver? -les pregunto.
- Una película -empieza la argentina-, donde todo lo que pasaba estaba mezclado, ¿viste?
- Actuaba Jim Carrey -dice la otra chica.
- Una porquería -dice la argentina, con un tono muy molesto-. No entendía si lo que pasaba, pasaba. Y encima, a los personajes les ponían un coso en la cabeza con el que le succionaban los recuerdos…
- Así se llamaba -dice mi hermano, sentándose, con un plato de macarrones con queso- algo de los recuerdos…
- También actuaba Kristin Dunst…
Otra vez en mi cuarto me pongo a leer escuchando la Novena Sinfonía de Beethoven. El problema que tengo con las chicas como la argentina es que no las entiendo. Antes tenía la esperanza de que una chica como ella se fijara en mí, pero ahora en todo lo que pienso es en pasarla bien yo sólo.
A veces prendo un incienso, fumo marihuana de una pipa y me duerno. A la mañana siguiente, con suerte, prendo la televisión y están dando “Fraiser”. Sin embargo, cuando asomo una cabeza fuera de mi cuarto, ahí está ella en bata esperando poder usar el baño. Le pregunto qué tal la discoteca anoche y ella me dice:
- Bárbaro. ¿Por qué no fuiste?
- No soy un chico de discoteca -le digo, sonriendo.
La sonrisa es una debilidad mía. A todas las chicas las saludo sonriendo. No puedo evitar hacerlo cuando son chicas como la argentina. Una nube de humo se estaciona en mi cerebro cuando se abre la puerta del baño y sale mi madre. De pronto tengo que ir a la cocina en busca de un vaso con agua. Mi madre me aborda preguntándome por el extraño olor de anoche. Le digo que no sé nada y le echo la culpa a los pirañitas que se reúnen a fumar pastel en el terreno baldío que hay al costado.
Hoy la argentina se queda a almorzar en casa. Parece que ya se cansó de comer ceviche y de ver a los amigos de mi hermano, así que decidió quedarse en casa a almorzar con la familia y me toca lucirme con mi pijama el día entero. Por un segundo pienso en que todo lo que hago frente a ella es al propósito. Cuando me llaman a almorzar, yo sigo escribiendo.
- Bueno -me dice la argentina en la cocina-, me han contado que te pasas el día encerrado en tu cuarto.
- Así es -le digo.
- Mi madre ha preparado un buen asado de carne -dice mi hermano.
- ¿Y qué es lo que hacés? -me pregunta.
Mi madre sirve el asado en los platos de cerámica, la vajilla más costosa que tenemos, todo para darle una buena impresión a la invitada. Empiezan a llegar los platos con los segundos, después de la sopa de rigor.
- Escribo -le digo, sin ánimo de crear conversación.
- Oh -dice la argentina-. ¿Y como qué cosas escribes?
Mi hermano le pregunta a mi madre por qué no se sienta. Ella lanza una carcajada, termina de servir un plato con asado y arroz, y luego se sienta a comer con nosotros, poniendo una fuente de ensalada rusa al costado.
- Pura ciencia ficción -le digo, pero es sólo por decir algo.
Espero que deje de preguntar. El almuerzo se disolvió entre elogios innecesarios al asado y a la ensalada rusa. La argentina regresa al cuarto que le hemos asignado, a unos pasos del mío. El resto del día la paso en pijama, dándole toques a la pipa en mi cuarto y mirando televisión. La argentina, al parecer, espera ansiosa la noche.
Estoy tendiendo la cama cuando mi hermano entra y me pregunta si quiero acompañarlos a tomar unos tragos. Al principio la pregunta me trastorna un poco y no sé bien cómo responder. Podría decir simplemente que no quiero, pero me da pena. La argentina ha entrado a mi cuarto y se ha puesto a tocar mis cosas. Quiero decirle que se vaya. Pero su pelo corto, su acento extranjero y su bien formado cuerpo me lo impiden.
Voy a salir con ellos así que me tengo que arreglar. Me pongo un pantalón marrón y un polo negro, viejo, que tengo por ahí y que creo que es lo único que me he puesto para salir en meses. Después de un rato, mi hermano y la argentina entran a mi cuarto. La argentina me dice:
- Me gusta mucho tu cuarto.
En la calle tomamos un taxi que nos lleva directo al Centro de Lima. Entramos a un bar y nos sentamos, pedimos una cerveza. La argentina llama la atención por su cara bonita, su falda corta y sus medias con forma de rombos. Sus zapatos son verdes y de tacón alto. Da la impresión de que en cualquier momento los cerdos que están aquí sentados, con cajas de cerveza en la cabeza, van a perder el control y lanzarse sobre ella.
La argentina es bajita. Su forma de ser es directamente proporcional a su tamaño. Sin embargo, su hablar es fluido. Mi hermano y yo nos vemos hipnotizados ante ella esta noche. Le pagamos la cerveza a pesar de que ella debería gastar, y cuando se va al baño mi hermano me dice:
- ¿Tienes algo de marihuana?
- ¿Para qué quieres? -le pregunto.
Mi hermano hace una mueca en dirección al baño y yo entiendo. La argentina debe haber olido mi cuarto o visto uno de mis libros, y le debe haber dicho a mi hermano: hay que invitarlo a tomar, así nos invita un poco. Mala suerte, porque hoy no he traído nada. Cuando la argentina regresa del baño y se sienta, yo le digo:
- No tengo nada ahora, pero de regreso en mi casa podemos fumar un poco.
- Está bien -dice, sonriendo.
La siguiente ronda la paga ella. Cuando salimos a caminar nos agarra el frío, porque es julio. Yo me abrigo con una casaca negra, pero parece que la argentina lo soporta con mayor destreza. Al instante, dice para ir a algún sitio a bailar. Yo le digo que no, que aquí en el Centro de Lima todos los lugares son malos. Pero mi hermano está convencido de que en el Yacana podemos tomar y bailar. Cuando llegamos, está tocando un grupo que parece algo Punk y cobran la entrada. Terminamos expulsados en el Jirón de la Unión, dando vueltas como locos.
Tomamos un taxi que nos lleva a Barranco y ahí entramos a una discoteca donde pasan salsa. La argentina baila con nosotros y mi hermano se mueve dando saltos. Yo prefiero quedarme sentado en la mesa que conseguimos con mucho esfuerzo, tomando cerveza. Cuando termina la canción que ellos bailan, mi hermano regresa a la mesa y la argentina me pide bailar.
Yo le digo que está bien. De cualquier forma me lo he buscado. Me quito la casaca y empiezo a mover los pies y el cuerpo rítmicamente. No sé otra forma de bailar, aunque lo que suena es salsa, y la argentina parece poseída por una lujuriosa fuerza maligna. Mientras está bailando, me dice:
- Conque ciencia ficción, eh.
Le intento decir que aquello que dije en el almuerzo lo dije por decir, que en lo que de verdad escribo trato de profundizar en la naturaleza humana, pero no encuentro las palabras correctas y lo dejo. Mientras tanto, la argentina trata de apoderarse de mí con terribles mensajes crípticos que expulsa de su cuerpo. Yo me encuentro humillado y petrificado frente a ella. Después de un rato, cuando terminamos de bailar, le digo:
- En serio le gustas a mi hermano.
Pero ella no me responde.
Otra vez en mi casa, vamos a la cocina sin hacer ruido y yo saco un poco de marihuana de mi cuarto. La argentina conoció a mi hermano en Estados Unidos. Cuando él dijo que la argentina vendría, mi madre y yo nos emocionamos pensando en que sería su novia. Lamentablemente, hoy me doy cuenta que no es así. Deshago la hierba entre mis dedos y la meto en la pipa. Abro la puerta de la cocina que da al jardín y fumamos los tres, muy callados, mientras mi madre duerme.
Ahora parecemos personajes de un reality show. Estamos sentados en la mesa de la cocina sin decir una palabra. Por momentos pienso que soy el elegido para pasar la noche con ella, simplemente porque le gusta mi cuarto. Al parecer, le gusta que me haya escondido de ella todo este tiempo y que la haya visto desvestirse varias veces por un pequeño agujero que hay en la pared.
Mi hermano bosteza, no está muy acostumbrado a fumar marihuana. Mientras tanto, yo preparo panes con mantequilla. Sin decirnos una palabra, mi hermano se pone de pie y se va. La argentina lo mira alejarse. Yo le ofrezco un pan con mantequilla pero ella niega con la cabeza. Me pregunta:
- ¿Y vos lees mucho?
- Así es -le digo.
- ¿Y qué lees? ¿Ciencia ficción?
- No. Escucha. Lo que te dije en el almuerzo, eso de que escribía ciencia ficción, lo dije sólo por decir…
- Entiendo.
Nos quedamos callados un buen rato. El silencio se apoderó de la cocina. El sonido del motor de la refrigeradora lo partió en dos.
- Yo cuando viajo -empezó la argentina-, trato de vivir al máximo…
- Mira -le digo-, si vas a empezar con eso de que vale la pena besarnos porque es una experiencia nueva, te adelanto que no me interesa.
La argentina se deja caer sobre una de las sillas. Se queda mirándome, como si ya lo hubiera visto todo. Tiene los labios pintados de rosado y una suerte de escarcha en la cara y en el cuello. Su perfume huele a mujer madura.
- Crees que porque eres argentina -continúo- puedes venir aquí, regalarnos una caja de alfajores y una crema para las arrugas a mi vieja, engañar a mi hermano, porque mi hermano se muere por ti, y regresar a Buenos Aires diciendo: “Bien, me tiré al hermano de mi amigo. Era escritor, escribía libros de ciencia ficción”. Pues bien, lamento decirte que eso no va a suceder. Porque no te conozco, y si nos hubiéramos conocido en otras circunstancias, definitivamente no habríamos congeniado.
Termino de hablar y se produce otra vez el silencio. El motor de la refrigeradora de mi cocina paró en seco. Hay un pan con mantequilla que hice de más, porque preparé tres y me comí dos. Sin esperar un minuto, la argentina se abalanza sobre mí y me dice:
- ¡Pero de dónde has sacado toda esa mierda!
Después de todo, me sentí bien de haberme librado de la argentina. Otra vez en mi cuarto, puse la Novena Sinfonía de Beethoven y me masturbé pensando en ella. En las medias en forma de rombos que tenía. A la mañana siguiente me levanté tarde, sin alcanzar a ver “Fraiser”. Cuando salí de mi cuarto, la argentina se había ido llevándose consigo todas sus cosas. Dejó una carta diciendo que se iba a Cuzco y nos agradecía a los tres nuestra hospitalidad. Sin duda, el más afectado resultó ser mi hermano, que vagó semanas enteras con el corazón roto, hecho trizas. Yo tuve una remota sensación de vacío, que llené con más y más libros.